La semana pasada tuve la oportunidad única de visitar Islandia, una tierra de paisajes salvajes y contrastes naturales. Uno de los puntos culminantes de mi viaje fue una excursión a un pequeño volcán en erupción. La caminata, que se extendió por más de 20 km en total, me llevó a través de terrenos escarpados y vistas impresionantes durante aproximadamente 10 horas. A pesar de la maravilla de la naturaleza que me rodeaba, no fue solo el volcán lo que me impactó ese día.
En medio de mi cansancio, me topé con un individuo, cuya imagen he capturado en esta fotografía. Armado con un equipo fotográfico profesional, estaba en el suelo, apuntando su gran cámara hacia un pájaro que se posaba a lo lejos. Su mochila, que parecía más pesada que un chiste de un muertos en su funeral, yacía a su lado. Por un momento, mientras lo observaba, el peso de mis propios pies se sintió insignificante en comparación con la determinación que mostraba este fotógrafo. Poco después, con un impulso renovado, se levantó y nos adelantó, desapareciendo rápidamente en la distancia.
El encuentro fue breve, pero el impacto duradero. Me recordó que, para capturar la belleza y esencia de cualquier momento, a veces hay que romperse la espalda y ensuciarse las manos. No sólo en la fotografía, sino en la vida misma. Si verdaderamente deseas alcanzar algo, ya sea una fotografía perfecta o un sueño personal, el esfuerzo y la dedicación son imprescindibles. Y el equipo que adquieres, ya sea una cámara o cualquier otra herramienta, está ahí para ser utilizado al máximo.
Inspirado por este breve encuentro, continué mi camino, llevando conmigo una renovada determinación. Finalmente llegué al volcán, con una comprensión más profunda de lo que realmente significa esforzarse por capturar la esencia de un momento.