Esta semana, por fin vi la última película de Robert Eggers: Nosferatu. Se trata de una cinta de terror gótico que retoma el mito del vampiro y lo entrelaza con un drama cargado de simbolismo y profundidad. La historia es una adaptación que fusiona dos relatos icónicos: Nosferatu (1922), el clásico del cine expresionista alemán dirigido por F. W. Murnau, y Drácula de Bram Stoker, la obra literaria que sentó las bases del vampiro moderno. Eggers logra transformar estos referentes en una pieza original que respeta la tradición, pero la reinterpreta con su propio sello visual y narrativo.
Uno de los aspectos más destacables de la película es la interpretación de los protagonistas. Willem Dafoe, junto con los actores que dan vida a los vampiros, aporta una riqueza impresionante a la historia. La presencia de estos grandes intérpretes eleva la atmósfera del filme, dotándolo de una sensación de misticismo y fatalidad que solo puede lograrse con un elenco de primer nivel.
Más allá del terror, Nosferatu funciona también como una reflexión sobre la sexualidad femenina y el estigma social que existía —y aún persiste en algunas formas— en torno al deseo y la transgresión de las normas impuestas por la moral de la época. En la historia, el deshonor que implicaba para una mujer haber estado con un hombre fuera del matrimonio se convierte en el detonante de los conflictos y tragedias que enfrentan los personajes. La película nos invita a cuestionar cuánto ha cambiado realmente esta percepción en la actualidad.
Otro aspecto fascinante es la ambientación en una época pasada —probablemente el siglo XIX— y el uso del lenguaje que refleja los miedos de aquella sociedad. En nuestra era, marcada por la revolución tecnológica, el terror muchas veces se manifiesta a través de distopías futuristas, inteligencias artificiales y amenazas digitales. En contraste, en tiempos anteriores, los temores estaban profundamente ligados a la religión y al misticismo, con explicaciones que giraban en torno a castigos divinos y fuerzas sobrenaturales. Eggers captura esto de manera magistral: los diálogos se sienten auténticos y coherentes con la época, lo que seguramente representó un reto importante para los actores al memorizarlos y transmitirlos con naturalidad.
En definitiva, Nosferatu es una película que vale la pena ver. Como seguidor del cine de Robert Eggers, puedo decir que su filmografía sigue consolidándose como una de las más interesantes dentro del cine contemporáneo de terror y suspenso. Con cada proyecto, demuestra su capacidad para crear atmósferas envolventes y relatos que trascienden el género.
Aquí les comparto el tráiler, aunque, como siempre, les recomiendo evitarlo y disfrutar la película sin expectativas previas.