Este artículo originalmente apareció en mi libro El arte de perder.
Aristóteles creía que una vida bien vivida era una vida de intelecto.
Él decía que una vida feliz era una en la que el pensamiento profundo era parte fundamental de la misma, porque la contemplación “es una actividad apreciada por sí misma”.
Él argumentaba que una vida bien vivida requería de actividades que no tengan otro objetivo más que la satisfacción que generan.
Por esta razón, las actividades en donde el simple hecho de realizarlas es la causa por la cual las realizas son tan necesarias, pues son las que cumplen con la tarea de llenarte de plenitud, y darle significado a tu vida.
Cuando tu vida solo gira alrededor de resolver problemas, y hacer actividades que brindan una recompensa basada en un resultado, entonces eventualmente te encontrarás parado frente a un precipicio, rodeado de preguntas existenciales, ya que te sentirás como un perro persiguiendo una chuleta.
El cantautor Jorge Drexler comenta que hacer lo que te gusta no necesariamente trae éxito en términos comerciales o prestigio, pero siempre trae amor propio.
Ese amor propio que generan las actividades del intelecto es al que también se refiere Aristóteles como el ingrediente indispensable para vivir una vida feliz.
La belleza de estas acciones se encuentra en que no las haces por complacer a alguien más, y no las mides con ninguna métrica cuantificable, sino que las haces por ti, siendo siempre un éxito, independientemente de su resultado, porque su proceso es su propia recompensa.
Actividades como cantar en la regadera, leer un libro, resolver un problema complicado, pasear a tu perro, acariciar a tu gato y pasar tiempo con tu familia, te brindan felicidad y transforman tu vida en una vida plena.
Encuentra cuáles son esas actividades para ti, y realízalas lo más que puedas.
Esto puede ser la diferencia entre llevar una vida feliz y con significado, y llevar una vida vacía en donde realmente no sabes ni lo que persigues.