Estos últimos días he estado obsesionado con un juego que, para ser sincero, al principio no me generaba ninguna expectativa. Todo empezó una tarde en Ciudad de México, después de una jornada pesada de grabación y edición. Tenía que adelantar casi un mes entero de episodios para el viaje en el que estoy ahora, así que cuando por fin terminé, solo quería desconectarme un rato. Nada de jefes finales, nada de memorizar patrones de ataque. Solo jugar por jugar.
En ese momento estaba —y sigo— muy cerca de terminar Elden Ring. Literalmente, me faltan solo los últimos dos jefes... que From Software, con toda la calma del mundo, decidió poner uno detrás del otro. Como diciendo: “¿descanso emocional? ¿para qué?”. Así que busqué algo más ligero, menos demandante en cuanto a reflejos, pero que igual me mantuviera enganchado. Entré a la tienda, y gracias a esa suscripción misteriosa de PlayStation Plus —que nunca entiendo bien, pero siempre agradezco— encontré un título que me llamó la atención: Balatro.
A primera vista parecía un juego de cartas sencillo, incluso un poco básico. Pero había algo en su estética que, sin hacer mucho ruido, me generó curiosidad. Empecé a buscar más información y me encontré con más de 125 mil reseñas en Steam con una calificación casi perfecta. En Metacritic, IGN, Reddit… donde buscaras, el consenso era el mismo: una joya inesperada. Como esos discos que nadie anuncia, pero de pronto todo el mundo tiene en repetición.
Dato relevante: últimamente he disfrutado varios juegos más simples en la consola. Tetris, uno de billar, otro medio arcade cuyo nombre ya olvidé, pero todos con algo en común: no te piden una tesis para poder disfrutarlos. Así que descargué Balatro y lo empecé a probar. No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba completamente dentro. Ese tipo de juego que entiendes rápido, pero que esconde capas mucho más profundas de lo que aparenta.
La lógica del juego se basa en el póker. Tienes que avanzar a través de partidas —llamadas “runs”— usando una baraja que vas modificando para generar la mayor cantidad de puntos posible con cada mano. Lo verdaderamente adictivo está en cómo puedes alterar esa baraja usando cartas especiales: los jokers, que cambian las reglas a tu favor; las cartas del tarot y astrales, que permiten intervenir y ajustar tus combinaciones; y las cartas planeta, que potencian tipos específicos de manos como full house, straight o flush.
Esa primera tarde jugué ocho horas seguidas. Ocho. Me desvelé como si tuviera quince años y acabara de descubrir los Final Fantasy. Hacía mucho que un juego no me atrapaba de esa forma. Balatro es una mezcla peculiar entre un roguelike, un constructor de mazos y un rompecabezas numérico. Y detrás de su apariencia sencilla, hay una complejidad sorprendente. Parte de su magia está en la cantidad de variaciones posibles: los modificadores, las reglas opcionales, las cartas que aparecen por azar... todo contribuye a que cada partida sea diferente.
Hay combinaciones tan inesperadas que pareciera que estás rompiendo el juego. Pero todo está previsto en su diseño. Y eso es lo que lo vuelve brillante. Cada run se siente como una historia. Una pequeña novela en forma de cartas donde tú decides el tono: puedes jugar seguro o irte por la ruta arriesgada y terminar con millones de puntos en una sola jugada.
Y lo que me terminó de enganchar fue enterarme de que Balatro fue desarrollado por una sola persona: un canadiense que se hace llamar LocalThunk. No pertenece a un estudio grande, no tiene detrás una maquinaria publicitaria. Era simplemente alguien que, antes de escribir código, se pasaba horas imaginando cómo sería el juego de cartas perfecto. En menos de un año, su creación ha vendido más de un millón de copias y ya es considerada una de las grandes sorpresas dentro del mundo independiente.
Esa parte me tocó. Me hizo recordar cuando yo también inventaba juegos para que mis amigos los jugaran. Recreos, pijamadas, hojas rayadas llenas de reglas que solo yo entendía. Hay algo muy poderoso en esa idea: construir mundos desde cero y compartirlos. Balatro me reconectó con eso.
Así que si estos días me ves más ojeroso de lo normal, ya sabes por qué. Te escribo esto desde Cambridge, en la mañana, con un café en la mano y el recuerdo fresco de las partidas que jugué anoche. Sí, también está en el Nintendo Switch y en celulares. Y sí, sigue igual de adictivo.
Un juego simple, pero profundo. Recomendado sin reservas. Uno de esos que no ves venir… y cuando te das cuenta, ya estás dentro.