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Severance y el culto del trabajo: cuando la empresa se convierte en religión

Tue, Oct 21, 25
Severance y el culto del trabajo: cuando la empresa se convierte en religión

Hace algunas semanas terminé de ver la aclamada serie Severance, y me dejó dándole vueltas a la cabeza. La premisa es brillante: imagina poder particionar tu mente para convertirte en dos personas distintas, una en el trabajo y otra fuera de él, sin que ninguna recuerde lo que hace la otra. En el universo de la serie, la empresa Lumon Industries ofrece una cirugía que divide tus recuerdos: tu “innie” vive atrapado en la oficina, y tu “outie” no tiene idea de lo que ocurre ahí dentro. A simple vista suena a ciencia ficción, pero no tan lejana. Ya estamos metiéndonos chips, sensores y algoritmos en la cabeza —aunque sea de manera simbólica—, y eso hace que Severance no parezca tanto una fantasía distópica como una advertencia.

El procedimiento de “severance” nace con una promesa atractiva: separar la vida laboral de la personal para alcanzar el famoso “work–life balance”. Pero la serie lo subvierte por completo: en lugar de liberarte del trabajo, te encierra en él para siempre. Tu versión laboral nunca ve la luz del sol, no conoce su casa, ni siquiera sabe quién es fuera de la oficina. Y tu versión personal no puede recordar nada de lo que hace en el trabajo. Es la máxima expresión del capitalismo contemporáneo: despojarte de tu identidad para volverte completamente productivo. La empresa, Lumon, está diseñada como un monstruo corporativo con estética retrofuturista: pasillos interminables, muebles de los años 70, paredes blancas que parecen no tener fin. Todo en ese lugar te recuerda que el individuo no importa; solo la estructura.

Lumon no solo es una compañía: es una secta. Sus empleados rezan a Kier Eagan, el fundador mítico, cuyas frases adornan los muros como versículos. Hay rituales, premios simbólicos, sesiones de “bienestar” y ceremonias que buscan mantener a los empleados obedientes. Lo más inquietante es que reclutan a las personas más vulnerables, aquellas que están emocionalmente rotas o desesperadas por un propósito. Esa es una práctica común en las sectas reales: ofrecer pertenencia a cambio de sumisión. Cuando vi esto pensé en cómo muchas empresas hoy operan con la misma lógica. Te prometen cultura, misión, familia… pero lo que buscan realmente es tu tiempo y tu atención. Glorifican a sus fundadores como profetas, inventan sus propios himnos corporativos y esperan lealtad absoluta. Si lo piensas, ya no defendemos tanto a nuestros países como a nuestras marcas. Hay gente dispuesta a pelear por Apple, Tesla o Google con el mismo fervor con el que antes se defendían las banderas nacionales.

Severance es una metáfora de la esclavitud moderna: empleados convertidos en piezas intercambiables dentro de una maquinaria que solo busca rentabilidad. Los “severed”, al no tener memoria externa, son el sueño de cualquier jefe: trabajadores sin historia, sin demandas, sin familia, sin ambición personal. Pero lo más oscuro es que los que no están divididos también están atrapados. Los altos mandos de Lumon creen ciegamente en la ideología de la empresa. Están tan adoctrinados que arriesgan su vida por proteger sus secretos. Esa doble prisión —física y mental— refleja algo que pasa afuera: incluso sin cirugías, muchos ya vivimos “severed”. Una parte de nosotros trabaja sin descanso y la otra intenta olvidarlo, pero el teléfono vibra, el correo no se apaga y el algoritmo no duerme. Somos los innies y los outies de un mismo sistema.

Cuando hablo de que la serie no se siente lejana, me refiero a esto: estamos entregando voluntariamente el control de nuestra mente a sistemas que buscan lo mismo que Lumon —la rentabilidad—. Nuestros teléfonos, redes sociales y asistentes digitales se alimentan de nuestra atención, y esa atención se ha convertido en el nuevo petróleo. La innovación tecnológica, por más brillante que sea, viene empaquetada con un costo humano. Severance te lo recuerda con una elegancia quirúrgica: cada avance tecnológico es tan peligroso como las manos que lo controlan. No hay innovación neutral; siempre responde a intereses, a jerarquías, a capital.

Más allá del guion, la serie comunica mucho desde lo visual. Los pasillos asépticos, la paleta de verdes y blancos, los monitores antiguos… todo eso genera una nostalgia inquietante. No sabemos si Lumon está en el futuro o en un pasado alternativo. Esa ambigüedad temporal funciona perfecto, porque refleja cómo el trabajo moderno nos tiene atrapados en un presente perpetuo: sin pasado, sin futuro, sin memoria. Incluso la música —minimalista, repetitiva— funciona como un loop. Es la banda sonora de una mente que no puede escapar.

Creada por Dan Erickson y dirigida en gran parte por Ben Stiller, Severance se estrenó en Apple TV+ en 2022 y fue alabada por su retrato de la alienación laboral. La segunda temporada amplía el universo: ¿qué pasaría si esta tecnología se usara fuera del trabajo?, ¿y si alguien lograra “reintegrar” ambas mitades? Más allá del suspenso, la pregunta de fondo es profundamente filosófica: ¿cuánto de nosotros pertenece realmente a nosotros mismos?

Ver Severance me hizo pensar que necesitamos más historias así, que nos bajen del carrito del optimismo tecnológico en el que llevamos años montados. Durante mucho tiempo celebramos cada avance sin cuestionar sus consecuencias. Pero ahora que vemos los efectos de la adicción a los teléfonos, las redes sociales y el contenido basura que destruye nuestra capacidad cognitiva, vale la pena frenar y preguntarnos: ¿hasta qué punto seguimos siendo dueños de nuestra atención? La serie no te da respuestas, pero sí te deja un eco: el trabajo puede robarte la vida, pero la tecnología puede robarte algo todavía más profundo —la conciencia de ti mismo—.

Y esa es una batalla que ya empezó.

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