Este artículo originalmente apareció en mi libro El arte de perder.
La envidia es el deseo de tener lo que otra persona tiene.
Muchas veces este deseo es tomado de forma negativa, pero no tiene que ser así. Este sentimiento puede ser interpretado como un halago hacia la persona envidiada y se puede canalizar favorablemente, pues puede ser tomado como una antesala de la inspiración.
Si sentimos envidia hacia alguien, nos podemos inspirar en su comportamiento y tomar los hábitos y prácticas de esa persona para alcanzar lo mismo que ella.
El problema surge cuando la envidia se sale de control y dejamos que nos aplaste y nos vuelva envidiosos.
Es ahí cuando dejamos de tomarla como un catalizador para alcanzar lo que envidiamos y permitimos que el sentimiento nos consuma.
El gran defecto del envidioso es que no considera los costos que conlleva obtener eso que envidia.
Muchas veces no tomamos en cuenta el esfuerzo, las experiencias y el impacto que tuvo el obtener lo que envidiamos en la otra persona.
Muchas veces la idealización puede parecer perfecta, cuando en realidad no lo es, y carga un costo mucho mayor que, si nos lo ofrecieran, no estaríamos dispuestos a pagar.
Por esto, debemos ser cuidadosos a la hora de sentir envidia y analizar fríamente el sentimiento.
Es válido sentir envidia, pero es tu deber canalizarla de forma saludable para que puedas utilizarla como gasolina que te impulse a hacer mejores trabajos, y no dejar que te haga arder en llamas.
La envidia se desperdicia en el envidioso.