Este artículo originalmente apareció en mi libro El arte de perder.
La Bhagavad-gita, un importante texto hinduista, dice que el deseo es el “siempre presente enemigo del sabio, que como el fuego, no puede encontrar satisfacción”.
El deseo es algo que debemos medir y no dejar que nos consuma. Ya que, al igual que el fuego, si es usado con cautela nos da calor, pero si nos acercamos mucho nos comienza a quemar.
El budismo, a muy grandes rasgos, propone la premisa de que el sufrimiento se deriva del deseo. Por lo tanto, el desapego y el divorcio del deseo constituyen la última meta budista.
Esta es una idea muy poderosa porque implica que si el humano dejara de desear, entonces dejaría de sufrir, haciendo que el sufrimiento sea algo controlable.
Sin embargo, controlar el deseo es mucho más difícil de lo que parece, porque buscar una vida sin deseo es atentar contra nuestro sistema operativo.
No obstante, existen maneras de practicar el desapego para acercarnos a ese estilo de vida y aprovechar sus beneficios.
Algunas de estas formas surgen de corrientes filosóficas como el estoicismo, que busca evitar el sufrimiento derivado de situaciones que no puedes controlar, o el minimalismo, que busca revelarse ante el consumismo proponiendo un desapego a las posesiones materiales.
La reflexión se encuentra en entender la raíz de nuestro sufrimiento y preguntarnos si podemos hacer algo al respecto. Cuestionarnos de dónde surge el deseo que nos está causando dolor y ver si lo podemos eliminar, o cuando menos reducir, mediante el desapego.
Es importante darnos cuenta de que la clave para controlar el deseo no es negarlo, sino irnos a un nivel más profundo y cuestionarnos su raíz para actuar desde ahí.