Hace unos días, me encontré inmerso en el espectáculo del 80 aniversario del Tecnológico de Monterrey, mi alma mater, una institución que ha desempeñado un papel importante en mi formación personal y profesional. Los números y las presentaciones estuvieron cargados de simbolismo y nostalgia, pero lo que más me impactó fue el segmento en el que una niña perseguía la luna, guiada por los rostros enormes y las voces de sus maestros y mentores. No pude evitar identificarme. Esas voces eran las mismas que me habían guiado durante mis años de formación en ese campus.
Esto me lleva a reflexionar sobre el paso del tiempo, no solo para los individuos sino también para las instituciones. Diez años atrás, el Tec celebró su 70 aniversario. Yo era un estudiante de 20 años, lleno de sueños y expectativas. Ahora, una década más tarde, la universidad y yo hemos recorrido caminos divergentes pero igualmente enriquecedores. Mientras que el Tec sigue robusto y pujante a sus 80 años, yo he alcanzado la tercera década de mi vida, cada uno de nosotros en distintas fases de nuestra "vida" respectiva.
Es curioso pensar en la vida humana marcada por hitos que tienen que ver con la edad de cosas que no son humanas. Si el Tec fuera una persona, estaría en la última etapa de su vida. Pero las instituciones no son personas; tienen la posibilidad de durar mucho más, de reinventarse y seguir contribuyendo al mundo. Se anticipa que el Tec verá muchos más aniversarios; yo, en cambio, soy un ser humano, con una duración de vida mucho más efímera.
El recuerdo de mis profesores, las amistades que hice y las experiencias que viví en el Tec siguen formando parte de mí. Son voces en un popurrí interno que me motiva a seguir experimentando, explorando y viviendo. Estos aniversarios institucionales me sirven como un recordatorio agudo de nuestra mortalidad y de la importancia de aprovechar cada momento que tenemos. Porque, a diferencia de las instituciones, los seres humanos no tenemos la certeza de llegar a ver tantos aniversarios.
Así que, mientras celebro estos 80 años del Tecnológico de Monterrey, también celebro el tiempo que me ha sido dado para aprender, crecer y vivir. Es mi deber disfrutar de mi vida y del tiempo que me toque estar aquí, utilizando estos hitos como recordatorios para apreciar el viaje, sin importar cuán corto o largo pueda ser.
Felices 80 años, Tec de Monterrey. Y gracias por recordarme que cada minuto de nuestra vida cuenta.